Neonazis chilenos Arios en versión Palacios: Los nazis morenos y los genes mestizos
Óscar Contardo
Las raíces de la paradoja de los neonazis morenos están en una desviada interpretación de "Raza chilena", de Nicolás Palacios. Dos genetistas hablan sobre un tema en el que por lo general cunden los prejuicios y escasea el verdadero conocimiento.
ÓSCAR CONTARDO
"Club Celta" se llamaba el gimnasio en donde Esteban González, también conocido como Tito Van Damme, oficiaba de entrenador físico. El alias Van Damme actualmente se encuentra prófugo. Se lo investiga por asociación ilícita, después de que el crimen de un joven antifascista en abril dejara al descubierto que el asesino, Héctor Herrera, participaba de un grupo del que Van Damme era líder. El grupo era nazi y su lugar de reunión era el Club Celta de Puente Alto.
El asesinato del joven antifascista en el persa Biobío descubrió no sólo la existencia de simpatizantes de la ideología nazi entre estudiantes y militares, también puso a la opinión pública en un desconcertante escenario. ¿Cómo entender que un grupo de jóvenes, uno de ellos de apellido Cayuqueo, adhieran a una ideología racista? Un lector de "El Mercurio" estampó la paradoja en una carta, en la cual pidió que alguien les anunciara a los nazis criollos que, de estar vivos en Alemania bajo la dictadura de Hitler, seguramente habrían ido a parar a una cámara de gases. Estaban tan lejos de ser el modelo de hombre ario, como el persa Biobío lo estaba de Berlín o Estocolmo.
Lo que no sabía ese lector es que los nazis chilenos hacen un paréntesis en la idea de ario alemana, le dan un giro y una nueva interpretación, echando mano a "Raza chilena", un texto de 1905, en el cual Nicolás Palacios -un joven médico, bienintencionado y tuberculoso- expone su teoría sobre el mestizaje chileno. Para el médico, nuestra "raza" surge de una mezcla inusual de dos mitades. La primera de los descendientes de un linaje godo que pasó del norte de Europa hasta España, y luego saltó a conquistar el sur del mundo.
"El descubridor y conquistador del nuevo mundo vino desde España, pero su patria de origen era la costa del mar Báltico, especialmente el sur de Suecia, la Gotia actual (...) A principios del siglo pasado vinieron soldados íberos, pero se sabe que no quedaron aquí sino los muertos", explica Palacios.
La segunda mitad era un pueblo igual de guerrero y poseedor de cierto carácter que Palacios define como "viril". Espíritus análogos a los nórdicos atrapados en cuerpos de estatura más modesta y semblantes más oscuros. Dos sangres -la del conquistador y la del nativo- con una sicología afin se mezclaban. "El roto chileno es pues araucano gótico", finiquitaba el médico oriundo de Colchagua. Otro modo de ser ario fue la manera un tanto antojadiza en que los nazis lo interpretarían más tarde. Un concepto lo suficientemente local, telúrico y excluyente, como para quedar satisfecho si lo que se busca es una identidad cerrada, orgullosa, que combine con una idea de patria y orden algo rígida y muy marcial.
Palacios quería revalorar al menospreciado hombre del pueblo local. Su intención era descubrir las virtudes del roto, víctima del desdén de la clase dirigente y para eso recurrió a las ideas de moda que mezclaban algo de ciencia, mucho de prejuicio y algunos ejemplos empíricos.
Eran épocas en que al pueblo chileno se lo acusaba de ignorancia, escasos hábitos laborales y de adicción a la bebida. Palacios veía como un peligro que la mano de obra criolla fuera reemplazada por inmigrantes europeos mediterráneos.
Según el joven autor, se trataba de pueblos en declive, de una sicología muy distinta a la de razas en ascenso como las nórdicas, germanas. Pueblos viriles que tenían su cuna en el norte del viejo continente y una ramificación insospechada, morena y mestiza en las cercanías del Mapocho.
Orgullo mestizo
Rodrigo Pérez, adherente del nazismo, estudiante de administración y vecino de La Granja, recuerda que leyó a Palacios en el colegio y que para él, como para muchos otros, el médico que ensalza el mestizaje entre conquistador y araucano (no habla de mapuche) fue una inspiración para darles forma a sus actuales creencias. Más aun que "Mi lucha", "Raza chilena" es la posibilidad de encontrarle una ideología a su nazismo en ciernes.
De semblante firme, modales cuidados y hablar pausado, Pérez -amigo de César Esparza, tatuador y nazi, quien se encuentra prófugo- repasa su iniciación intelectual en el ámbito del nazismo. Explica que, contrariamente a lo que la gente podría especular, sus postulados no son la pureza étnica rubicunda, como era entendida en la Alamania nazi. "Era otro país y otro tiempo". Su nacionalismo es mestizo, con aceptación de lo aborigen (siempre y cuando sea chileno).
De cualquier modo, Pérez ha rastreado su origen ancestral por parte de padre y asegura que, al menos por esa vía, sus antepasados son gallegos, "es decir, celtas".
En "Raza chilena", Palacios hace un extenso repaso de los elementos que le permitirían establecer la particularidad de nuestra raza. Se sirve de las teorías en boga y de observaciones y mediciones antropométricas, para lucirse con extrapolaciones no sólo físicas, sino también sicologícas y lingüísticas. "Toda la gama que va del roto rubio de ojos azules y dolicocéfalo, con 80 por ciento de sangre gótica, hasta el moreno rojizo de bigotes escasos, negros y cerdosos, de cabello tieso como quisca y braquicéfalo con 80 por ciento de sangre araucana, todos sentimos y pensamos de idéntica manera en las cuestiones cardinales", asegura el autor.
La obra de Palacios es un libro difícil de encontrar, pero llamativo como curiosidad, sobre todo para genetistas contemporáneos, como los investigadores de la Universidad de Chile Francisco Rothhammer y Germán Manríquez, quienes trabajan desde hace un tiempo en el tema de los linajes genéticos de la población chilena.
Población y no raza, porque este último es un concepto en desuso en círculos científicos, no por un sesgo de lo políticamente correcto, sino porque los estudios de un siglo han comprobado que la idea de pureza que implica "raza" no tiene correlato en una realidad genética que tiende a la variablidad.
Rothhammer y Manríquez leyeron el libro de Palacios -"en una edición prologada por Miguel Serrano y financiada por Carlos Cardoen"- y no pueden sino esbozar alguna sonrisa compasiva por los postulados de la obra. Presentamos aquí algunos de los presupuestos de Palacios, contrastados con los estudios genéticos contemporáneos de la población chilena actual.
El acierto
Palacios sostiene que el mestizaje se dio principalmente entre hombres de origen español y mujeres indígenas. Un presupuesto por lo demás nada de novedoso, pero que, así esbozado y despojándolo de las demás implicancias psicológicas que el autor desarrolla, parecen ser el gran acierto del médico de principios de siglo.
Francisco Rothhammer explica que a través del estudio del DNA mitocondrial, que se hereda por línea materna, se encuentra que el 80 por ciento de la población chilena tiene linaje de origen indígena. "Esto quiere decir que un porcentaje muy importante de los ancestros femeninos de la población chilena fueron indígenas". Por otra parte, el estudio de los cromosomas Y (masculinos) revela que en su mayor proporción corresponden a linajes europeos.
Dos dedos de frente
Uno de los recursos que usa Palacios para fundamentar su teoría es la medición de cráneos y la configuración física como síntomas de determinada sicología o capacidad.
"La forma de la cabeza del godo era oblonga. Los esqueletos encontrados en las sepulturas góticas acusan un índice craneano inferior a 76. Los suecos actuales tienen 77, según Ripley. Los rubios de Chile son también los más dolicocéfalos de nuestra raza", detalla Palacios en "Raza chilena".
Germán Manríquez sostiene que la atención en la forma del cráneo se debe a la difusión que tuvieron las ideas de Cesare Lombroso en el siglo XIX. Lombroso asociaba capacidad encefálica a determinadas conductas. "Así llegó a definir el biotipo del criminal alemán, la prostituta inglesa y el ladrón de tiendas italiano a partir de un fenotipo (apariencia externa) y de una capacidad encefálica asociada", indica el genetista.
Eran tiempos en que las frentes altas eran signos de evidente inteligencia y las estrechas, de retardo evidente. Ideas que científicamente no sobrevivieron al siglo XX. "Los conocimientos acumulados en los últimos cien años impiden afirmar que hay una relación directa entre fenotipo y genotipo. De modo que uno no podría, en base a una cita de seis mediciones craneanas, que habría similitud y correlato entre la capacidad encefálica, la sicología de un individuo y el lenguaje", añade Manríquez.
¿Pura sangre?
En su libro, Palacios supone la existencia de una pureza racial. Primero de parte de los conquistadores españoles, quienes a su entender llegaron a España directo del mar Báltico y de ahí a Chile, arribando acá para mezclarse con otra raza de características análogas. "Por los numerosos retratos o descripciones que conozco de los conquistadores de Chile, puedo asegurar que a lo sumo el diez por ciento de ellos presentan signos de mestizaje con la raza autóctona de España, la ibera; el resto es de pura sangre teutona". Sobre los antepasados araucanos no se extiende, quizás por falta de retratos.
Cuando habla del mestizaje criollo también supone la idea de uniformidad y pureza. "(...) El prototipo de la raza, que describiré más adelante, es cada vez más numeroso, hasta formar a la fecha, según mis cálculos, el 70 por ciento de la población del país. Dos o tres generaciones más y Chile podrá contar con una de las razas más uniformes del mundo entero", sostiene Palacios en "Raza chilena".
Al respecto, el genetista Germán Manríquez recuerda un estudio hecho en Inglaterra por Richard Lewontin, que pretendía corroborar la idea de que los ingleses eran racialmente distintos al resto del continente. "Quedó demostrado entonces, como ocurre con las moscas, los ratones y los monos, que la norma es la alta variabilidad genética y no la homogeneidad". Manríquez añade que en Europa es posible encontrar ciertos bolsones endogámicos en pueblos determinados, pero en general la población es híbrida, lo que hace aún más improbable el postulado de un único origen gótico de los conquistadores.
En el caso de la población chilena actual, Francisco Rothhamer ha verificado no sólo la proporción de genes amerindios y europeos, sino también la de genes de origen africano, "que en algunas zonas llega al 12 por ciento".
Se trata de estudios de secuencia ancestral que demuestran variaciones geográficas. "En el área norte de Santiago, por ejemplo, el porcentaje de genes de origen indígena es del 40 por ciento. En la capital, la proporción de genes provenientes del continente negro varía entre un 6 y un 4 por ciento", apunta Rothhammer.
La uniformidad sanguínea es aún más improbable si se analizan los estratos socioeconómicos.
| | |
|