Las deudas como fuente de sufrimiento
El pájaro de la felicidad
Un estudio inglés demostró que el dinero sí da la felicidad. Y otro estudio chileno reveló que las deudas producen sufrimiento. Atrapados en el consumismo, los trabajadores chilenos padecen sus consecuencias. La más grave y maldita: estar en Dicom.
Nación Domingo |
Por Betzie Jaramillo Más que un pájaro, la felicidad debe ser un pajarillo revoltoso y esquivo de brillante plumaje que es difícil de atrapar. Y, una vez atrapado, siempre intenta huir, y al tratar de retenerlo podemos apretar demasiado y triturarlo en nuestras torpes manos. De 1 a 10, según el World Database of Happiness, los chilenos tenemos 6,7 puntos en felicidad. Estamos por debajo de países como El Salvador (7,2), que todavía se lame las heridas de una guerra civil y tiene la mitad de nuestro ingreso per cápita. Eso sí, tenemos una tasa de suicidio que es la mitad del país con más puntos en felicidad: Dinamarca. Toda una paradoja. Aunque la felicidad es un concepto vago que no es fácil de cuantificar. La mayoría cree que sería más feliz si tuviera más dinero. Puede ser. Lo que sí está claro es que no tenerlo puede producir una gran infelicidad. Un estudio de la Universidad de Warwick, en Inglaterra, investigó a nueve mil familias de todo el país durante la década de los ’90 y llegaron a varias conclusiones. “Existen estrechos vínculos entre los problemas financieros y la felicidad y la salud mental”, señala el director de la experiencia, profesor Andrew Oswald. Eso ya lo intuíamos. Estos académicos concluyeron que el dicho “el dinero no hace la felicidad” es falso, ya que sí influye. Pero le pusieron una cifra. Es a partir de un millón y medio de dólares cuando la visión del mundo cambia y se vuelve más feliz. Menos de esa cantidad sólo procura percepciones temporales de tranquilidad y felicidad. O sea, que a menos que consiga esa enorme cantidad de dinero, como le sucedió al guardia Héctor Ruz, que ganó 2.178 millones de pesos en el Loto, o sea cuatro millones de dólares, habrá que buscar otra solución para ser feliz. LA FELICIDAD CHILENSIS Lo del dinero y la felicidad se corrobora también en Chile. Un estudio de la Fundación Futuro en 2003 dibujó el mapa de la felicidad. Y es cierto. Los más felices viven en Vitacura, Las Condes, Providencia, y los más infelices, en Pudahuel, Renca, Cerro Navia. Las cifras de depresión, esa tristeza sin consuelo, confirman el mapa, porque son los habitantes de la zona poniente quienes más la padecen, por encima del 50%. Y por regiones, Antofagasta, Atacama, Araucanía, Los Lagos y Magallanes dan cifras por encima del 50% de la población que dice sentirse feliz. Y el 70% cree que su felicidad no ha aumentado desde 1997, aunque la mayoría cree que ésta crecerá en el futuro Lo que sí se ha incrementado es la riqueza. Por lo menos en cifras generales, aunque está muy mal repartida y unos tienen mucho y otros casi nada. Según el Índice de Percepción Económica que elaboró Adimark en enero pasado, éste llegó a los 58,5 puntos, el mejor de los últimos ocho años. Pero también el miedo se ha acrecentado. Miedo a perder el trabajo, que, según el estudio del Instituto Libertad y Desarrollo, subió del 32% en 2005 al 49% en el pasado trimestre. Y eso que la tasa de cesantía es la menor en mucho tiempo, el 7,9%, (INE), pero la inestabilidad hace que el temor se dispare. Y junto con las cifras de aumento del consumo (un promedio de 4,7% y un 6,9% en los grupos socioeconómicos D y E), crece el endeudamiento, y cuatro de cada diez trabajadores “sufre”, en distintos grados (que van desde la “preocupación” hasta la “desesperación”), a causa de las deudas, como reveló el estudio de la Universidad Central “Endeudamiento de trabajadores”. Según la Superintendencia de Bancos, los chilenos deben 7,5 meses de sueldo. DEUDAS DOLOROSAS Más cifras. El 84,5% de los encuestados por la U. Central reconoce que está endeudado, un 20% ni siquiera sabe a ciencia cierta cuánto debe y algo menos de la mitad no está seguro de que podrá pagar las cuotas y los préstamos. Y lo sufren en silencio. Un 43% declara que su familia no sabe de sus deudas y la cifra sube casi al 85% de los que admiten que en su trabajo ignoran lo que deben. Los que más sufren por su condición de endeudados son los de 40 años para arriba, que suman el 83% de las personas preocupadas y angustiadas con sus deudas. Los hijos se pueden ver como una bendición del cielo, pero son muy caros. Por eso, quienes son padres son los que más padecen por las deudas (42,2%), en comparación a los que no lo son (23,7%). Y la franja de edad que más angustia experimenta son los de entre 40 y 54 años, que bien puede interpretarse como el grupo que tiene hijos grandes, en los que hay que invertir millones en su educación y que muchas veces, a pesar de tanta inversión, no son autosuficientes ni se independizan –o liberan a su padres– hasta casi los 30 años. DESCENSO AL INFIERNO DICOM Pero los verdaderos dramas se desencadenan cuando se alcanza al sobreendeudamiento, que técnicamente lo define el doctor en Ciencias del Trabajo y director del estudio de la Universidad Central, Ignacio Larraechea, como “la imposibilidad recurrente de pagar deudas”. Esta es la puerta al infierno y los peldaños que nos conducen a él están descritos. Al principio se produce un desbalance entre los gastos y los ingresos. Es decir, gastamos más de lo que ganamos. Entonces, comenzamos a pagar la cuenta del supermercado con tarjeta –y hay que recordar que es el medio de pago habitual para el 50% de los trabajadores–. Y son cinco millones de tarjetas en el país que ofrecen la ilusión de cumplir los deseos “aquí y ahora” para luego cobrarlos como un Fausto cualquiera al que le hubieran empeñado el alma. A continuación, cuando comienzan a llegar las cuentas y sus intereses, pedimos un préstamo al empleador, a descontar del sueldo en cuotas. Entonces, se suman las cuotas de las tarjetas y se descuentan las del sueldo. O sea, más gastos y menos ingresos. Es el momento de pedir un crédito de consumo, que en verdad no es para consumir sino para pagar la cuenta de las tarjetas. Y vamos sumando deudas. En este punto hay que ir a la caja de compensación y pedir un crédito. Este es el fin de las vías oficiales de crédito. “Y no son pocos los que se hacen despedir de sus trabajos para recibir el finiquito como única posibilidad de pagar sus deudas”, dice Ignacio Larraechea. Y si no hay formas de saldarlas, comienzan los préstamos no oficiales. En primer lugar, pedirlos a la familia, hermanos ricos, cuñados, padres con ahorros. Luego, a los compañeros de trabajo. Y cuando ya se ha agotado la lista de parientes, colegas y amigos, se cae en el último recurso: el prestamista, ese que se ofrece efectivo en breve plazo y con pocas preguntas a través de los anuncios de los diarios. Después de los prestamistas comienzan las conductas delictuales: coimas, robos, apropiaciones indebidas y las estrategias de evasión: léase alcohol y drogas, según Larraechea. El tiro de gracia a esta agonía es ver su nombre en Dicom. En verdad, todos los pasos que ha dado el sobreendeudado es para evitar estar en esta lista negra. “Dicom es el estigma. Es cuando la persona se dice a sí misma ‘fracasé’. Dicom transforma en público el fracaso personal y privado en lo económico”, afirma Larraechea. Hay casi tres millones de personas en sus bases de datos, de los que un millón casi seguro no podrán pagar lo que deben. Y los que están o han estado en Dicom saben muy bien que la vida se torna mucho más dura. El diputado Marco Enríquez-Ominami, al presentar una proyecto de ley para terminar con el monopolio de Dicom y poner fin a los “cobros abusivos” por concepto de aclaración de deudas, dijo que “hay una gran cantidad de trabajadores y cesantes que reconocen haber sido discriminados por haber estado en Dicom”. ¿QUÉ ME TRAJISTE, MAMI? ¿Por qué nos sobreendeudamos? Según las personas que han acudido a los talleres que organiza el Centro de Servicios Empresariales de la Universidad Central, que dirige Ignacio Larraechea, la mayor parte es por exceso de consumismo (un 95% que gastan por encima de sus posibilidades) y sólo un 5% es por una enfermedad grave que mandó al traste la economía familiar. Para Larraechea, “el consumismo reemplaza a los afectos. Y el templo de todo esto es el mall. El comprador compulsivo busca satisfacer otras carencias. Como los gastos excesivos que a veces se hacen con los hijos para compensar ausencias y falta de tiempo para dedicarles”. Esas culpas hacen que la mayor parte de las compras compulsivas sean para los hijos, que en vez de besar a sus padres cuando llegan a casa, lo primero que hacen es preguntar: “¿Qué me trajiste?”. En estos cursos para superar este consumo adictivo, Larraechea, que lo puso en práctica y con éxito entre trabajadores del Banco Estado, habla de dos fases. La primera, reconocerse como persona que padece una patología y declarar su sufrimiento. Muy al estilo de alcohólicos anónimos. La segunda, la fase curativa, que consiste en reconocerse como “seres de luz”, según sus palabras. “Como dijo Nelson Mandela, lo más difícil no son nuestras sombras, sino nuestra luz. Y volver a maravillarse con uno mismo”. E insiste que los que más sufren por las deudas son los insatisfechos consigo mismo, con su pareja, con su vida social, con su trabajo y, por supuesto, los insatisfechos con su sueldo. Aunque también podría mirarse de otra manera: eres infeliz en tu matrimonio, en tu trabajo porque ganas muy poco y eso te obliga a endeudarte y las deudas te hacen sufrir. Y que todo estos padecimientos son el fruto infeliz del modelo, sus desigualdades y esas “diferencias de salarios tan, tan grandes que tenemos en Chile”, comenta Larraechea. Después de tanto sufrimiento, y por plata, volvamos al principio: la felicidad que parece que acaparan los que más tienen. Aunque también ellos sufren, porque para su desgracia en esa salvaje competencia por tener más y más, siempre hay uno que es más millonario. O como le sucede al malvado y rico don Leoncio, de la telenovela de éxito de la temporada “La esclava Isaura”, que teniéndolo todo desean lo imposible. LND |
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