Tuesday, May 09, 2006


La decisión soberana de Bolivia de nacionalizar sus hidrocarburos significó un revés para algunos de los supuestos aliados o protectores de Evo Morales en la región y también fuera de ella, que abrigaban la esperanza de que el gobernante indígena transitara por la senda de la socialdemocracia y no de la izquierda más radical. El ministro de Relaciones Exteriores chileno se apresuró -a 24 horas de anunciada la medida- a opinar que La Paz ponía así en cuestión los esquemas de integración de América Latina. El seco “Yo pienso que no” del canciller David Choquehuanca hizo recoger cañuela a Santiago y tanto la Presidenta Bachelet como Foxley debieron enfatizar que no les correspondía opinar sobre lo que el vecino hace en su territorio.

Ambos se salieron así de una correa deslizante que los podía llevar a un reproducido e ingrato enfrentamiento con las nuevas autoridades bolivianas y con la enorme mayoría ciudadana que las respaldan. Es mejor quedarse con la calidez de los gestos que han marcado la relación de Evo con Lagos, primero, y Bachelet enseguida, trabajando en el marco de una agenda sin exclusiones, pero también sin presiones. Que Brasilia, Madrid y Buenos Aires le digan lo que tienen que decirle al Presidente Morales sin agregar más combustible -que combustible Chile no tiene-, sustrayéndose de una polémica sobre inversiones, precios y abastecimiento en la que el país no puede tener una palabra protagónica. Los que sí la tienen se reunieron de urgencia en la cumbre de los Cuatro en Iguazú, con Hugo Chávez cumpliendo un doble rol de padrino y mediador. Bachelet deberá esperar hasta el encuentro eurolatinoamericano de esta semana en Viena para decir lo suyo.

El aprovisionamiento energético no debe verse necesariamente afectado por la nacionalización boliviana de las fuentes. Los efectos colaterales de la medida provendrán más bien del resultado de las negociaciones que las empresas involucradas -con el mayor o menor respaldo de sus respectivos gobiernos- puedan finiquitar. El tablero político-económico e incluso geopolítico en la región ha sufrido un vuelco (no más precios “solidarios” de Bolivia a Brasil y Argentina de un ¡tercio del valor de mercado!) y las partidas simultáneas que se jueguen sobre él pueden dar impensados resultados. Desde luego, La Paz ya fue invitada a incorporarse al anillo energético propiciado por Caracas, Brasilia y Buenos Aires, después de participar en iniciativas provocadoras como el Alba (Alternativa Bolivariana para las Américas) y los tratados de comercio de los pueblos.

Estas vienen a plantearse como caminos distintos a los esquemas tradicionales de integración, hoy en plena crisis: la Comunidad Andina de Naciones, con Venezuela y Bolivia a un tris de salirse; el Mercosur, con Uruguay denunciando las asimetrías y carencias de una unión apenas aduanera, y la Comunidad Sudamericana de Naciones, un proyecto crispado por los afanes hegemónicos de tres de sus convocantes. Es en ese cuadro que Foxley situó sus aprensiones frente a la “bolivianización” de los hidrocarburos, sólo que la “desintegración” ya estaba en pleno desarrollo; la medida, claro, contiene un efecto catalizador y la diplomacia chilena posee motivos para preocuparse, sólo que no emitiendo declaraciones que a lo menos pueden resultar inoportunas.

Los españoles pusieron el acento en “las formas” con que Morales ejecutó su “decretazo”, incluyendo la ocupación de las instalaciones por tropas militares. El Gobierno socialista de Rodríguez Zapatero tendrá que decidir si le interesa cuidar las formas políticas ante un “hermano” socialista que, como indoamericano, representa emblemáticamente a una región que fue colonizada por la metrópolis hispana. El PSOE seguramente tendrá en su seno una discusión sobre cómo conjugar sus valores ideológicos y su sentido de la historia con la defensa de las inversiones de la empresa Repsol-YPF, de capitales españoles y argentinos.

En Sudamérica es Lula da Silva el que acusa un duro golpe a su capacidad de liderazgo regional. El vio con simpatía la candidatura presidencial de Evo y quiso encarrilar su triunfo por la senda “realista y moderada”, terció por él ante la Casa Blanca, como también trató de hacerlo en sus momentos por Chávez ante el palacio Nariño de Bogotá y la Casa Rosada ocupada por Kirchner. Frente al avance impetuoso, impulsado por el chorro petrolero, del líder venezolano, Lula dejó de ser también un referente para la izquierda continental, partiendo por la de su país. Algunos dirigentes que ya no están con él, como el profesor y periodista Luis Renato Martins, de la Universidad de Sao Paulo, consideran, sin embargo, que esta vez su actitud fue loable.

“Lula engañó y frustró las expectativas de cambio de sus electores -nos dijo Martins desde Brasil-, haciendo un Gobierno integralmente aliado con el gran capital y montando una gigantesca máquina de corrupción. Pero se vio forzado por los hechos a reconocer que estaba ante una decisión política consolidada por un proceso social colectivo. Recuérdese que aquí la nacionalización de las riquezas mineras data de 1953 y fue mantenida en la Constitución de 1988, a pesar de los muchos intentos de los neoliberales -Cardoso incluido- de reprivatizarlas”.

La evocación de las nacionalizaciones es otro de los factores que saltó al tapete, no como añoranzas de tiempos idos, sino por sus efectos beneficiosos para la economía actual -caso de Chile- o por las potencialidades que ofrece a países como Argentina, donde una encuesta publicada ayer revela que 74% de los consultados se inclina por la nacionalización energética. De todos modos, el acto boliviano no es una nacionalización a la manera de los ’60 o ’70, y así lo hizo ver la izquierda boliviana más radical. El mismo Evo puntualizó que -al poner en ejecución una ley plebiscitada- no confiscó los bienes de las empresas, sino los hidrocarburos en boca de pozo, su explotación y comercialización. Si las empresas se quedan -dijo- , 82% de las regalías será para el Estado boliviano y 18% para aquellas, con lo que ganan todavía.

En cuanto a Chile, Morales aseguró que no revalidará la desdorosa oferta de sus predecesores de “gas por mar”, pero abrió la puerta de exportarlo hacia él en la medida que se vayan resolviendo los problemas históricos, entiéndase salida al océano. Nada que Santiago no haya previsto, pero una oportunidad para sacar consecuencias para el país del remezón en el escenario regional que vino desde La Paz. Un golpe que no es sino la reivindicación del derecho de un pueblo a buscar la mejor manera de salir de la miseria y la precariedad.




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