La sombra de Heidegger tiene dos partes. La primera es la “Carta del padre”, donde Dieter Müller, profesor alemán discípulo de Heidegger, le cuenta a su hijo, nacido en 1934 en Friburgo, pero criado desde 1943 en Buenos Aires, cómo conoció al maestro de la filosofía contemporánea. Y por qué Heidegger abogaba por el nacionalsocialismo como la recuperación del hombre frente a la técnica y la razón instrumental, por qué Alemania era, según el autor de Ser y tiempo, el centro de Occidente, y por qué el nazismo era la única salvación frente al movimiento de tenazas que operabasobre Europa, tanto desde el colectivismo soviético como del mercantilismo norteamericano. La carta de Müller es un relato donde desfilan una cantante de cabaret de nombre Sally Bowles (sí, el personaje de Liza Minnelli en la película de Bob Fosse, con el cabaret Kit Kat Club incluido), una joven judía bella y brillante, cuyas señas son Hannah Arendt (sí, alusiones al tan mentado romance con el Führer de la filosofía), personajes como Rainer Minder, Röhm (oficial de las SA) y nada menos que Jean Paul Sartre, cuando el profesor Müller, oscurecido por los tiempos aciagos de Alemania que empañan al propio Heidegger, recae en la París ocupada y da clases como especialista en Heidegger. Corre el año 1943. Müller logra cruzar el océano vía Madrid, y llega a la Argentina, donde otros acontecimientos históricos se cuecen lentamente.
La segunda parte del libro, en cambio, es el “Relato del hijo”. Un texto breve, más inflamado y exacerbado, donde Martin Müller, hijo de Dieter, filósofo como su padre y llamado Martin en homenaje a ya se sabe quién, responde al padre cuando éste ya no está, haciendo un viaje a Alemania en 1968, para exigir explicaciones a Heidegger sobre los horrores del nazismo. Mientras la primera parte es, quizás, una narración fuerte y polémica que se cierra sobre sí misma, la segunda es un viaje a la locura. Hay en Martin una falla, una incompletud intolerable que lo hace moverse hasta Alemania a exigir una explicación que es una y muchas a la vez. La novela yuxtapone aquí dos temas: el Heidegger alemán que adhiere fervorosamente al nazismo, que es nombrado rector de la Universidad de Friburgo en 1933, y el Heidegger cuya filosofía, la misma que lo ha llevado a fundamentar su adhesión al nacionalsocialismo, es leída y recuperada desde entonces, sobre todo desde Francia. Al propio Heidegger le han objetado su silencio posterior, y la novela se hace eco de expresiones como las de Jürgen Habermas, quien declaró “no saber qué habría hecho en su lugar”.
En el elenco de esta novela, además de Heidegger y Hannah Arendt, lo tenemos a Sartre. Es un “casting” complicado, ¿no?
–Sartre juega un papel importantísimo en la novela. La novela en realidad tiene un gesto, yo no sé como calificarlo, pero tiene el gesto de montarse sobre La náusea. Porque cuando Dieter Müller lee La náusea dice qué maravilla, es una novela donde nunca encontré juntas tanta literatura y tanta filosofía. Le gustaría escribir una novela que diga “Mañana lloverá en Bouville”, que es el final de La náusea. Y yo elijo, uso esa frase de Sartre. Creo que La náusea es casi la más grande novela filosófica del siglo XX, o una de las más grandes. Entonces ahí se podría señalar: bueno, pero éste se monta sobre La náusea, nos está guiñando el ojo y diciendo: bueno, miren, ésta es La náusea escrita por un argentino del siglo XXI.
¿Cuando decís la gran novela filosófica pensás en algún antecedente argentino?
–No, creo que acá no hay antecedentes de novelas filosóficas. De Respiración artificial se dijo mucho que es una novela filosófica, pero no lo es, es una novela sobre crítica literaria, sobre teoría crítica. Después no, no hay. Qué sé yo, La cátedra de Nicolás Casullo. Después se podrá decir que ciertas novelas tienen ciertos contenidos filosóficos. Me acuerdo de un artículo de Guillermo Saavedra sobre César Aira, donde decía: “la densidad filosófica de las novela de Aira”. Me acuerdo de memoria esta frase, que me sorprendió, no digo nada, me sorprendió. Y sin duda alguna, muchos deben estar segurísimos que las novelas de Saer son filosóficas, estoy seguro.
¿Y tienen razón?
–No sé, son aburridas. Son como muy objetivistas. A mí nunca me pasó gran cosa salvo con Glosa, que quizá sea una novela sobre las distintas postulaciones de la realidad, pero es la versión literaria de la película japonesa Rashomon. Un Rashomon santafesino.
¿Te sentís cómodo hablando de estos escritores, te producen resquemores, indiferencia, no compartís el campo?
–No, a mí el canon éste que funciona desde el 84 más o menos no me interesa.
¿Cuál?
–Saer, Piglia, Aira. Y veo como se van metiendo algunos, Martín Kohan, Chefjec. Veo así a esa bandita “puanista”. Pero me importa un carajo realmente.
No los sentís, digamos, pares.
–No, mis pares son Belgrano Rawson, Saccomanno, Rivera, Viñas, Tununa Mercado. A Tununa Mercado la admiro muchísimo. En cambio, ellos me parecen más operadores literarios que escritores. Es tanta la desesperación operativa que tienen y el entronque académico que se centró en la figura de Beatriz Sarlo. Beatriz Sarlo fue la operadora literaria de dos décadas prácticamente. Bueno, yo no entré en sus esquemas de poder jamás. Supongo que todo lo contrario, pero ha elegido sus escritores, Chefjec, ahora Kohan, pero sobre todo Saer. Saer es el escritor de Beatriz. En los 80, Respiración artificial fue una novela que a mí me hinchó las pelotas de una manera.... Duró demasiado, en el sentido de una canonización tan absoluta. Cuando te canonizan tanto un autor, y durante seis años te dicen que un tipo es Dios y todos los demás son una basura, bueno, es incómodo estar en un lugar así. Pero no me sorprende tanto. Es claro que son operativos culturales ligados a las becas, ligados a las academias, ligados a los viajes, ligados a los congresos de literatura, todas esas cosas en las que yo no participo para nada. Jamás gané una beca, creo que fui una sola vez a un congreso de literatura. No soy amigo de Halperín Donghi, que bendice desde el norte, lo que debe ser y lo que no debe ser.
Pero bueno, nada, todo esto es una especie de puteada demorada, ya vieja.
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