Tuesday, May 09, 2006

Hazme volar (y llámame tonto)


Marta Peirano
La Petit Claudine. España, mayo del 2005.


Lo han visto y no lo han creído pero saben que es verdad: un avión de más de 113.000 kilos con un centenar y medio de pasajeros dentro no puede levantarse así como asi y empezar a volar. Y no empecemos a hablar de los Boeing. La aviación comercial es un caso claro de hipnotismo colectivo.

Arthur C. Clarke decía que cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia pero todo tiene un límite y las leyes de la física no son una excepción. Lo que mantiene al avión en el aire no es el motor del avión ni el piloto automático; es una mezcla de miedo, esperanza, tensión muscular y autosugestión. El avion lo subimos nosotros a fuerza de concentración. Antes de que protesten, los hechos:

En qué se parece un avión a una manzana

Si alguna vez han ido a acompañar a un familiar o amigo al aeropuerto con sus padres, seguro que se habrán parado a mirar por el cristal para ver despegar a los aviones. Si no están de acuerdo con la premisa principal de este post es que hace mucho que no repiten la experiencia. La próxima vez que vayan al aeropuerto, miren por la ventana y analicen lo que ven.

El avion cambia de dirección varias veces y apunta a derecha e izquierda con el morro como sin saber muy bien a dónde ir. Parece confuso e inquieto. Finalmente, emprende su trabajosa marcha hacia la pista adjudicada. Una vez allí, hay una pausa para meditar. Esta maniobra es la más importante: los pasajeros se están preparando para un gran esfuerzo físico y mental. Están sincronizando. El trabajo del piloto durante este delicado proceso es esperar a que la voluntad y la energía de todo el mundo -ejecutivos, abuelas, niños, djs- se haya convertido en una sola y esté concentrada en un solo propósito: volar.

Cuando el avión se pone de nuevo en marcha, la sensación que percibimos es la de un toro furioso que se dirige en línea recta hacia un punto del horizonte con intención de atacar, adquiriendo poco a poco una gran velocidad. Los motores resoplan, los engranajes rechistan y las azafatas se aseguran de que todo el mundo se ha calzado correctamente el cinturón de seguridad, como si una hebilla mal cerrada pudiera causar un accidente mortal. Hay lucecitas que se encienden y se apagan; todo indica que corremos a toda leche desafiando las leyes de la gravedad.

El viejo truco de la perspectiva

El que lo ve todo desde fuera, sin embargo, no tiene la misma impresión. Un espectador con espíritu crítico pensará para sus adentros: ese avión va muy despacio. Se van a matar. Y mirará a su alrededor para comprobar que alguien más lo ve. En estos casos -los de un espectador crítico inesperado en la zona- se aplica la primera ley de la aviación: si lo que ves te parece raro, es un problema de perspectiva. El avión parece muy pequeño porque tú estas lejos y no puedes verlo bien. Claro. Pero las moscas que vaguean por delante de la ventana van mucho más rápido que el avión. Y los pájaros.

No se apuren si han llegado hasta este párrafo y aún sacuden la cabeza de izquierda a derecha; quedarán convencidos después de analizar lo que sucede a continuación. Dentro el avión, unos pocos cientos de pasajeros histéricos notan que el aparato va a tal velocidad que sólo le queda una alternativa: volar. Y lo hará. Sentirán un bote ligero, como cuando un jugador flexiona ligeramente las rodillas para colar una canasta de tres puntos desde mitad de la pista, con elegancia y elasticidad. Habrá un leve bamboleo y ¡plop!, ya están en el aire. A partir de ese momento, el último ruido que oyen es el de las ruedas de abajo recogiendose y plegándose hacia el vientre del avión. Después, silencio. Si la sonoridad del aparato estaba tan bien lograda, ¿por qué no nos ahorran los truenos del despegue? La respuesta es bien simple: los efectos especiales son la base de la fé. Para doblar cucharas con la mente basta con poerse bizco y hacer un movimiento rápido de muñeca pero para levantar un Airbus hace falta mucha fé. El Airbus es mucho más grande. En cualquier caso nuestro hombre en la ventana (usted, sí, usted) experimenta otra realidad bien distinta. El avión que iba tan despacio se ha parado de repente y ¡plof!, ha empezado a volar. En vertical.

Disfruten del vuelo

Si alguna vez se han preguntado por qué el desgraciado que pilota su avión hace maniobras suicidas en el aire justo después del despegue y/o justo antes de aterrizar, consideren por un momento la enorme responsabilidad que maneja. El piloto es el director de orquesta de todos ustedes, un equipo formidable que acaba de levantar toneladas de hierro sólo con la fuerza de su concentración. Ha sido tan increíble que ya han empezado a relajar los abdominales y les han entrado ganas de fumar. Ahora su deber es evitar que se vaya todo a la mierda en un momento de indecisión. Hay que seguir apretando hasta que haya pasado el peligro. Más adelante, el avión se sostendrá fácilmente con el terror de un 25% de los pasajeros y la tensión inconsciente del resto. No se preocupen, está muy estudiado. Habrán oido que el avión es el medio más seguro de viajar.

Otro ejemplo que ilustra perfectamente el truco de magia al que nos referimos hoy es el extraordinario caso de las "bolsas de aire". O lo que el piloto llama, de manera estudiadamente casual, turbulencias. ¿Turbulencias? ¡Venga ya! Estamos a miles de metros del suelo y de pronto nos encontramos con esos extraños seres del inframundo cuyo único propósito en esta vida es joderte el viaje y derramarte el café. Las bolsas de aire son como los unicornios, papa noel y las tiendas libres de impuestos; como todos sabemos cómo se llaman, dónde viven y para qué sirven, la gente ha olvidado que son mitos urbanos y no existen de verdad. Lo más característico de la bolsa de aire son sus efectos (inestabilidad, estómago revuelto, pánico, excitación sexual) y su admirable coordinación con dos momentos muy concretos del vuelo: la comida y la película.

¿No han notado que las sacudidas, los meneos y las disertaciones del piloto coinciden invariablemente con bollo y el café? Esto es porque los pasajeros han olvidado por uno instante que sus vidas dependen de un habitáculo de hierro y sofás que flota en el aire por arte de magia. Lo mismo ocurre con la película: alguien programa el video de las Spice Girls o una adaptación macarrónica de Shakespeare y todos se olvidan de dónde están. Claro que hay quien lee un libro o escribe un pdf en su portátil de última generación pero su irresponsabilidad se ve compensada por alguna profesora de inglés que le clava las uñas a su compañero de asiento mientras le reza al papa, a los santos y a sus antepasados en el más allá. El problema con el bollo y el cine es que se desconcentran todos a la vez. Las sacudidas son un aviso para que vuelvan a sus puestos. Puedes mirar a Gwyneth Paltrow pero sólo de refilón.

Gracias por confiar en LPC

Por supuesto que habrá lectores que no coincidan en todos los puntos o que decidan inconscientemente hacer caso omiso de esta revelación. No les culpo. Pero sí les adelanto que cualquier argumento que pretenda desbaratar esta tesis está agotado de antemano: yo viajo más. Porque no se vayan con un mal sabor de boca, les dejo con el bonito museo de diseño de aviación, lleno de bonitos dibujos, que he encontrado casualmente en el magnífico Drawn, blog de artistas, diseñadores y virtuosos del comic

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